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Sirvió café con sosa cáustica a su esposa, grabó su agonía y envió el video a sus suegros

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Avanzada (04/04/2025).- Cassiana sabía que la muerte le rondaba. Lo supo cuando huyó varias veces de casa. Cuando grabó a su esposo empuñando un cuchillo. Cuando le dijo a su hermana, con voz quebrada: “algún día mi esposo me matará”. Lo supo, pero ni las advertencias, ni las súplicas, ni los refugios temporales bastaron para salvarle la vida.

La historia se escribe con rabia, con espanto, con dolor. Cassiana tenía 46 años y tres hijos. Vivía en Sao Paulo, en el sector de Guaianazes, y convivía con Rodrigo, el hombre que durante un año convirtió su hogar en un campo de batalla emocional, físico y psicológico.

A mediados de marzo, tras una discusión más —una de tantas que ya no se contaban— Rodrigo preparó un café. No era un café cualquiera. Contenía 600 mililitros de sosa cáustica. Cassiana fue obligada a beberlo.

Lo que ocurrió después es imposible de narrar sin un nudo en la garganta: mientras agonizaba, desnuda, con el cuerpo vencido por el dolor y los órganos quemados desde la lengua hasta el esófago, Rodrigo grababa. No solo registró sus últimos momentos, sino que envió el video a la familia de la víctima. Un acto cruel, despiadado, que rebasó cualquier límite de humanidad.

El Servicio de Atención Móvil de Urgencia la trasladó aún con vida, pero los médicos poco pudieron hacer. Cassiana murió poco después, destrozada por dentro. Literalmente.

En el domicilio, la policía encontró la botella de sosa cáustica y un cuchillo escondido bajo la cama. Rodrigo ya no estaba. Había huido.

Hoy, su familia exige justicia. Su hermana aún tiene el mensaje de voz donde Cassiana anticipaba su destino. El video del feminicidio circula en redes, conmocionando a un país entero. No es solo una historia de horror, es un grito desesperado de alerta.

Cassiana no murió solo por la violencia de su pareja. Murió por un sistema que no escuchó a tiempo. Por una sociedad que aún no sabe cómo proteger a sus mujeres.

Y mientras su asesino sigue prófugo, en Brasil —y en muchos otros países— muchas otras Cassianas siguen gritando en silencio. ¿Hasta cuándo?

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