Avanzada (22/02/2025).- El aroma dulce del chocolate, tan irresistible para cualquier niño, se convirtió en la sentencia de muerte para Fátima, una niña de 13 años cuyo único delito fue ceder a un antojo infantil. Su historia estremeció a Pakistán y pone una vez más en el centro del debate el abuso y la explotación infantil en el país.
Fátima trabajaba como empleada doméstica en la casa de una pareja acomodada en la provincia oriental de Punjab. Allí pasó los últimos dos años de su corta vida, lejos de sus padres, a quienes apenas veía. Todo terminó la semana pasada cuando fue trasladada de urgencia a un hospital con múltiples heridas. Un día después, falleció. La causa: una brutal golpiza propinada por su empleadora tras descubrir que la menor había tomado y comido un chocolate sin permiso.
El caso se destapó cuando la Policía detuvo a la pareja responsable de la casa, quienes confesaron la tortura. “La mujer admitió que la golpeó por haber robado y comido un chocolate”, reveló el agente Zahid Iqbal. Junto a ellos, un profesor de Corán que trabajaba en el hogar también fue arrestado, pues fue quien llevó a la niña al hospital, aunque se desconoce si participó en el maltrato.
Las autoridades ponen la lupa sobre los ocho hijos de la pareja para determinar si alguno tuvo un papel en el abuso. Mientras tanto, la indignación se propagó por todo el país, donde miles exigen justicia para la niña. Sin embargo, la historia de Fátima no es un caso aislado. Pakistán es testigo de incontables tragedias similares, en las que los más vulnerables terminan atrapados en un círculo de explotación, abuso y, a menudo, impunidad.
En Punjab, la ley prohíbe el trabajo infantil en el servicio doméstico para menores de 15 años, pero la realidad es otra. La pobreza extrema lleva a muchas familias a entregar a sus hijos a trabajos precarios a cambio de una paga mínima. Así ocurrió con Fátima, cuya familia, sumida en deudas, la envió a trabajar a los ocho años. “Tengo una deuda de 1.2 millones de rupias (cuatro mil dólares), así que dejé a mi hija trabajando como doméstica para ayudarme a pagar”, confesó su padre, Sana Ullah.
En Pakistán, la justicia para los más pobres suele tener un precio. No son pocos los casos donde los responsables de crímenes semejantes eluden la cárcel a cambio de la “diyat” o “dinero de sangre”, una compensación económica para la familia de la víctima. Sin embargo, los padres de Fátima decidieron no aceptar el dinero y llevar el caso a los tribunales, con la esperanza de que la muerte de su hija no quede impune.
La tragedia de Fátima sacudió la conciencia de una nación entera. Su historia no solo denuncia la brutalidad de quienes abusaron de ella, sino también un sistema que permite que niños como ella terminen atrapados en el infierno de la explotación. Hoy, Pakistán llora su muerte y clama por justicia, con la esperanza de que, al menos esta vez, el crimen no quede enterrado junto con su víctima.